El Escolar

 

La escuela, educación primaria.
Época linda si las hay.

O no.

En mi experiencia la escuela es el período de nuestras vidas donde el sistema más nos institucionaliza, nos machaca con pelotudeces varias sobre Artigas y Varela (que luego resultan no ser tan verdaderas como pensábamos), nos enseñan a operar y a aprendernos estúpidas reglas acerca de hiatos y diptongos (que buena palabra). Quizá Roger Waters tenía algo de razón, cuando hablaba del sistema educativo como otro ladrillo en el muro.

La ecuación es básicamente esa.

Ahora bien, había ciertas cosas de la escuela que todos vamos a recordar siempre, pero las experiencias que uno adquiere en la escuela son vagas, difusas, y a diferencia de las anécdotas del liceo, por lo general no involucran ni alcohol ni drogas.

De las primera cosas que me vienen a la mente cuando pienso en la escuela, son los materiales escolares. Al finalizar cada año, mis progenitores recibían una lista de materiales para el año subsiguiente; la cual no solo era extensa y costosa, sino que el 70% de los materiales de esa lista no se usaban, o solo un par de veces y pasaban a formar parte del baúl del recuerdo… o quedaban para años posteriores en donde se pedían de nuevo esos materiales.

Tampoco cabía la posibilidad de escapar de la rosca de el eterno comprar materiales al pedo, tratando de comprarlos de segunda mano, ya que seguramente recibiría el escarnio de la maestra con un «Ah, pero m’hijo, ese ábaco no es el que te pedían en la lista, no te va a servir para mucho… bueno, mira a tus compañeros mientras tanto». Básicamente, lo que mi maestra quería decir era «Pichi roñoso, no compraste el ábaco oficial, ahora jódete y mirá como se entretienen tus compañeros cuyos padres SI pudieron comprar un ábaco con cuentas de marfil. Si te aburrís, portate mal, así al menos me das la excusa de mandarte con la directora. Wacho de mierda». Si, las maestras de mi escuela eran un tanto snob y elitistas (Naturalmente, era un colegio privado, y según los estándares de la ápoca, uno bastante cheto). Por supuesto, las clases se dividían entre los que tenían ábacos nuevos y los que tenían ábacos de pichi.

Siguiendo con los ábacos… ¿Cuál era su propósito pedagógico? Me acuerdo que la emoción más grande que ocurría era meter diez cositos en una de las barras, para luego ser sancionado por la maestra. Siempre me ocurría lo siguiente:

¿Cuántas fichas tenés ahí m’hijo?
Diez.
¿Y se pueden poner diez fichas?
Eh… sí.
¿Debemos hacerlo?
Supongo que sí…
A ver chicos, que alguien no entendió… ¿podemos poner diez fichas en una columna?
Podeeeemos pero noooo debeeeemos!
Bueno, ahora arreglalo…
Pero yo tengo diez dedos, cuando los cuento no me los saco y agrego un dedo de distinto color.
¿Sabés quienes tienen dudas? Los comunistas. No seas comunista y no cuestiones a la maestra.

Al final uno se podía a boludear con las fichas, tirándolas de un lado para otro. Si algo aprendí con el ábaco, es que aventar una ficha de ábaco en el ojo de un compañero nunca deja de ser divertido.

Máquina infernal, cuando querías pasar las fichas al otro lado, se trancaban en la curva. Lo peor es que había gente que curraba (y curra) con esto.

Otro material pedágogico inexplicable eran las regletas. Esas que venían en una caja de madera y era unos cachos de idem malformados y pintados con colores bastante horrendos. Año tras año pedían las dichosas regletas. ¿Se usaban? Si, cuando la meastra se había emborrachado demasiado como para armar la clase, te mandaba a hacer casitas con las regletas mientras ella se tomaba un Uvasal.

Como venían en cajas de madera, cuando había humedad, la tapa se trancaba y no las podías sacar, con lo que tenías una linda caja que no servía ni para guardar caramelos. Recuerdo que eventualmente tiré las regletas a la mierda para guardar autitos. Al día siguiente me pidieron las regletas.

Ojalá yo hubiera tenido tantas regletas. Así por lo menos tenía mas cosas para tirar a los ojos de mis compañeros.

Al final, ninguno de estos materiales pedagógicos «modernos» servían, y las maestras siempre recurrían al viejo y querido Mi mamá me mima.Por suerte nunca más vamos a tener que volver a la escuela. Y cuando vea a mi maestra, pienso tirarle por la cabeza una caja de regletas.

Atte.
(el) Mansa

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